
Bueno, pues ésta ha sido una semana turbulenta: a mediados de la misma recibí un rechazo de una agencia literaria.
Sé que ya os he hablado de mi retahíla de rechazos, que parece más larga que la cola del paro, pero últimamente percibo que estos rechazos son más “in extremis” que antes.
De hecho, la respuesta de esta agencia no fue estándar, lo cual ya es un logro, y, en varios párrafos, me señalaba diversos puntos que, desde su experiencia, podrían mejorar mi novela. Algunos de ellos los tengo claros y otros no tanto. La pregunta ahora es: ¿debo realizar esos cambios?
Aquí es donde las posturas de unos y otros autores se encuentran. Yo, que soy bastante tozudo, llevo unos días sopesando qué debo hacer. Ante mí tengo dos claros caminos: obviar los comentarios de la agencia y dedicarme a otra nueva obra, o meterme de lleno en una revisión de la novela.
En este punto hago un pequeño inciso para dar las gracias a las amigas y amigos escritores que me han apoyado, dándome consejos y opiniones.
Creo que, como autor novel, debo cuando menos escuchar a otros y no cerrarme en banda. Hace apenas unos años no hubiera pensado así, pero empiezo a modelar esa tozudez que me dio la genética y que me sale por naturaleza. Algunas de las cartas de mis amigas y amigos han sido bellísimas, explicándome su enfoque, su interpretación de mi rechazo, las opciones que tengo, y lo más curioso de todo es que ¡algunas opiniones son diametralmente opuestas! Pero como digo: son hermosísimas y defienden con pasión el amor hacia la literatura y todo lo que para ellas representa: ¡¡Muchas gracias!!
Una amiga en particular, cuyo periplo literario discurre paralelo al mío con ciertas diferencias, me ha descrito en apenas unas horas (en varios emails), toda una declaración de intenciones que sería para enmarcar en un cuadro. Ella, al igual que yo, piensa intentarlo: demostrarse a sí misma que puede mejorar como escritora.
Aunque sea como aferrarse a un clavo ardiendo, voy a hacer mía la máxima de “Descubriendo a Forrester” (de la que me habló mi amigo Ithur), donde Sean Connery le dice a su pupilo: “escribe con el corazón, y después re-escribe con la cabeza”. Mi manuscrito salió directo del corazón, y toca ahora, que la cabeza tome el control de la obra.
Esto que en principio, va en contra de mi forma de plantear la escritura, supone un reto para mí, pero creo que merece la pena intentarlo. No quiero convencer a nadie pero dado que he estado meditando sobre ello, he llegado a la conclusión de que en el fondo todo arte tiene mucho de oficio: el oficio nos proporciona herramientas para que lo que nuestro corazón tiene que contar fluya hacia el exterior, pero también tiene la misión de limar las asperezas de ese alumbramiento. Un director de cine, por ejemplo, puede tener inspiraciones maravillosas durante el rodaje pero existe un oficio del séptimo arte (el de “montador”) que es el que da el toque final, la estructura a la película.
Por eso, a vosotros que me habéis ayudado tanto y que me seguís ayudando: ¡os dedico esta entrada!
Escribir será una tarea solitaria pero genera un vínculo afectivo que se transmite por cables de red y por hojas impresas.
Y dicho todo esto, toca ahora meterse en faena: primero debo poner en claro qué tengo que hacer. No se trata de empezar sin orden ni lógica.
¡Ya os contaré!
Para rematar, os dejo un enlace de la Revista Románticas, a la que me invitó mi amiga Arlette Geneve, donde colgaron un relato mío (página 37 de la revista): Recuerda.
Sé que ya os he hablado de mi retahíla de rechazos, que parece más larga que la cola del paro, pero últimamente percibo que estos rechazos son más “in extremis” que antes.
De hecho, la respuesta de esta agencia no fue estándar, lo cual ya es un logro, y, en varios párrafos, me señalaba diversos puntos que, desde su experiencia, podrían mejorar mi novela. Algunos de ellos los tengo claros y otros no tanto. La pregunta ahora es: ¿debo realizar esos cambios?
Aquí es donde las posturas de unos y otros autores se encuentran. Yo, que soy bastante tozudo, llevo unos días sopesando qué debo hacer. Ante mí tengo dos claros caminos: obviar los comentarios de la agencia y dedicarme a otra nueva obra, o meterme de lleno en una revisión de la novela.
En este punto hago un pequeño inciso para dar las gracias a las amigas y amigos escritores que me han apoyado, dándome consejos y opiniones.
Creo que, como autor novel, debo cuando menos escuchar a otros y no cerrarme en banda. Hace apenas unos años no hubiera pensado así, pero empiezo a modelar esa tozudez que me dio la genética y que me sale por naturaleza. Algunas de las cartas de mis amigas y amigos han sido bellísimas, explicándome su enfoque, su interpretación de mi rechazo, las opciones que tengo, y lo más curioso de todo es que ¡algunas opiniones son diametralmente opuestas! Pero como digo: son hermosísimas y defienden con pasión el amor hacia la literatura y todo lo que para ellas representa: ¡¡Muchas gracias!!
Una amiga en particular, cuyo periplo literario discurre paralelo al mío con ciertas diferencias, me ha descrito en apenas unas horas (en varios emails), toda una declaración de intenciones que sería para enmarcar en un cuadro. Ella, al igual que yo, piensa intentarlo: demostrarse a sí misma que puede mejorar como escritora.
Aunque sea como aferrarse a un clavo ardiendo, voy a hacer mía la máxima de “Descubriendo a Forrester” (de la que me habló mi amigo Ithur), donde Sean Connery le dice a su pupilo: “escribe con el corazón, y después re-escribe con la cabeza”. Mi manuscrito salió directo del corazón, y toca ahora, que la cabeza tome el control de la obra.
Esto que en principio, va en contra de mi forma de plantear la escritura, supone un reto para mí, pero creo que merece la pena intentarlo. No quiero convencer a nadie pero dado que he estado meditando sobre ello, he llegado a la conclusión de que en el fondo todo arte tiene mucho de oficio: el oficio nos proporciona herramientas para que lo que nuestro corazón tiene que contar fluya hacia el exterior, pero también tiene la misión de limar las asperezas de ese alumbramiento. Un director de cine, por ejemplo, puede tener inspiraciones maravillosas durante el rodaje pero existe un oficio del séptimo arte (el de “montador”) que es el que da el toque final, la estructura a la película.
Por eso, a vosotros que me habéis ayudado tanto y que me seguís ayudando: ¡os dedico esta entrada!
Escribir será una tarea solitaria pero genera un vínculo afectivo que se transmite por cables de red y por hojas impresas.
Y dicho todo esto, toca ahora meterse en faena: primero debo poner en claro qué tengo que hacer. No se trata de empezar sin orden ni lógica.
¡Ya os contaré!
Para rematar, os dejo un enlace de la Revista Románticas, a la que me invitó mi amiga Arlette Geneve, donde colgaron un relato mío (página 37 de la revista): Recuerda.
¡Besos! , ¡ya llevamos 20.000 visitas!!