• 1Q84, de H. Murakami: con Murakami me está pasando algo parecido a con M. Night Shyamalan: percibo sensaciones de agotamiento, de zozobra…. En libros anteriores no daba explicaciones. Creo que Murakami es el tipo de autor que tiende puentes e ideas que el lector debe aceptar de buena gana, por muy extravagantes e irreales que sean. La clave siempre está en los personajes. En 1Q84 hay situaciones forzadas (a mí me lo han parecido). Me gustó el personaje del guardaspaldas gay.
• Baila, baila, baila, de H. Murakami: es un libro relativamente antiguo del autor, de 1988, que aún no se había traducido al español. Se siente la literatura de Murakami en algunos tramos, pero son más inconexos que en otros libros. Me gustó la relación entre el adulto y la chica adolescente.
• De qué hablo cuando hablo de correr, de H. Murakami: tenía ganas de leer este “ensayo” o “libro de memorias”. Muestra su férrea disciplina como corredor y como escritor, aunque sinceramente, no ha calado en mí tanto como esperaba. No es un libro hermoso, es… espartano.
• La oscuridad exterior, de Cormac MacCarthy: prosa densa, paisajes simbólicos y personajes desdibujados que sobrevuelan a los principales. Una novela dura de leer y de entender. Requiere tesón del lector. Es claustrofóbico, opresivo y cruel. Todo es oscuro.
• Meridiano de sangre, de Cormac MacCarthy: grandiosa la capacidad del autor de estremecerte sin ser demasiado descriptivo (aunque otros opinen lo contrario). La crueldad humana como leit motiv. Lo mejor de todo es su propio sello, su voz, que lo hace único. Describe los paisajes y crea atmósferas de una manera abrumadora. Lo peor, para mí, es la reconstrucción histórica, me hizo salir de la novela. Creo que su prosa funciona mejor sin fechas.
• No es país para viejos, de Cormac MacCarthy: un guión de cine. Rápido como un rayo. Diálogos que parecen disparos, paisajes que se te meten en los ojos. Personajes de carne y hueso, por muy inverosímiles que parezcan, y la recurrencia sobre el hombre pragmático, un arquetipo de sus novelas: el héroe o antihéroe que sabe cuidar de sí mismo, que maneja con soltura armas, herramientas y se orientas por las estrellas.
• Trastorno, de Thomas Bernhard: prosa límpida, una atmósfera hermosamente trazada… pero me perdí al final, en la parte del príncipe, me resultó insoportable.
• Intemperie, de Jesús Carrasco: un buen libro, sólido. Creo que la publicidad le ha ayudado y le ha perjudicado a partes iguales. Me preocupa la falta de huella que deja al cerrarlo. Quizá falla algo al final, en el cierre de los personajes, en cómo actúan, pero es sólo mi impresión.
• Intemperie, de Jesús Carrasco: un buen libro, sólido. Creo que la publicidad le ha ayudado y le ha perjudicado a partes iguales. Me preocupa la falta de huella que deja al cerrarlo. Quizá falla algo al final, en el cierre de los personajes, en cómo actúan, pero es sólo mi impresión.
• Moby Dick, de Herman Melville: tenía muchas ganas de leer este libro, deseaba que me gustara más de lo que me ha gustado. Ha sido un reto como lector, requiere persistencia. La novela, como novela, funciona maravillosamente bien, con un principio deslumbrante, pero está desequilibrada debido a la parte de ensayo sobre la ballena y los balleneros. Muchas voces han encumbrado el simbolismo, y se debe reconocer el esfuerzo titánico del autor para dejar constancia de la forma de vida de la época, pero el equilibrio, a mi parecer, está demasiado descompensado. Me avergüenza hablar así de una de las grandes obras de la literatura, pero es lo que siento.
• Robinson Crusoe, de Daniel Defoe: se lee de un tirón, está muy bien escrita, a dos aguas entre una novela y un diario. Hay mucho que aprender de ella, de la sencillez de su prosa.
•El halcón maltés, de Dashiell Hammett: novela negra, pura, construida sobre personajes, sobre caracteres fuertes y muy marcados. No me gustaron algunas descripciones físicas de personajes, pero las entiendo dentro del contexto. Se puede aprender mucho de sus diálogos. Se recurre mucho a los gestos y a su ausencia para crear atmósferas. Inevitable pensar en Humphrey Bogart.
• El juego de Ender, de Orson Scott Card: (Premios Hugo, Nevula y SF Chronicle de 1986). De todas las anteriores, esta novela es la que más hondo me ha llegado. Estuve reticente con ella al principio. Va entrado poco a poco, con una prosa sencilla, alejada de descripciones físicas y paisajísticas. La ausencia de detalles es una gran virtud. Ha sido una enorme sorpresa, todavía le doy vueltas a por qué me ha gustado tanto y por qué me ha dejado tan tocado. El personaje principal, Ender, funciona a nivel emocional de forma extraña, es distante y a la vez cercano, cuesta creer que sea apenas un niño. Lo mejor, el último tercio de la novela. Adictiva, llena de interrogantes.