sábado, 30 de enero de 2010

Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway.


Sobre Ernest Hemingway (1898-1961) deben haberse escrito miles de páginas, no sólo por su literatura, también por la fascinación que parecía provocar la persona detrás del artista. Sin duda, esa polaridad resulta de lo más intrigante. Como es sabido, Hemingway siempre mantuvo la convicción de que el escritor, para mantenerse puro, debía permanecer aislado del mundo. De hecho, cuando recibió el premio Nobel en 1954 no fue a recogerlo en persona, alegando:
…Escribir bien requiere la soledad… aunque un escritor gane en importancia social al salir de su soledad, casi siempre es en detrimento de su propia obra… porque es en la soledad donde tiene que llevar a cabo su propia obra, y cada día tiene que enfrentarse con la eternidad o la ausencia de eternidad.
Sin embargo, a pesar de estas convicciones, era frecuente encontrar al maestro en el Floridita de la Habana tomando mojitos o en la plaza de toros de Pamplona en pleno San Fermín. Era un hombre que se relacionaba con personas de todos lo estatus, y que despertaba simpatía entre la gente porque comía sus comidas, bebía sus bebidas y hablaba sus idiomas. Hemingway siempre amó las cuestiones prácticas de la vida, y, como corresponsal de guerra, hay muchas anécdotas que lo sitúan en las zonas más peligrosas del frente.

¿Por qué entonces esa obsesión por la soledad del escritor cuándo él no la profesaba?

Yo creo que la explicación podemos encontrarla en sus propios libros.
Cuando leí “Por quién doblan las campanas” siempre tuve la sensación de que Hemingway me contaba algo que era “verdad”, y, aunque la novela esté narrada en tercera persona, no pude desembarazarme de la percepción de que su voz auténtica era la primera. Y es que la verdad que destila el libro es de las que te sacuden, de las que duelen como el frío punzante de una mañana de invierno. Parte de ese embrujo lo produce su estilo, tan cercano a la vida, que sorprende por su sencillez, una sencillez que prescinde de artificios, con una prosa bellísima, donde las redundancias y repeticiones, en vez de lastrar, musicalizan. Sus historias, son historias sobre personajes, sobre sus pensamientos más íntimos, sobre sus reflexiones vitales y ante todo, se asientan en unos magníficos diálogos que perfilan a los seres humanos con una precisión casi quirúrgica. Leer a Hemingway es hacer un doctorado sobre la realidad que nos rodea.
Esa es la respuesta a la pregunta sobre por qué el escritor debe abandonar el ascetismo intermitentemente: la necesidad de la mirada inequívoca del gran observador, que hunde sus raíces entre los seres humanos, las ciudades y los pueblos, que escucha sus voces, se empapa de sus matices, de sus tonos y expresiones. Que deja grabado en un rincón del alma, las imágenes, los gestos, los olores, los sentimientos… para después, como un ermitaño alejado del mundo, reproducirlos a través de conexiones inexplicables entre corazón, mente y memoria, mezclando con genialidad, lo verdadero, lo imaginado, lo vivido y lo que a uno le hubiese gustado vivir.


Por quién doblan las campanas está ambientada en la Guerra Civil española, y cuenta las peripecias de un profesor norteamericano, experto en explosivos, que tiene que volar un puente para preparar la contraofensiva republicana. Para ello se infiltrará detrás de las líneas enemigas y contactará con un grupo de unos guerrilleros que se ocultan en las montañas. Transcurre temporalmente en sólo tres días, en los cuales, las existencias de todos ellos se condensan valiendo toda una vida.
Publicada en 1940, la novela fue un absoluto éxito de crítica y público. Un éxito que se materializó en una buena inyección económica (vendió en un año más de un millón de ejemplares y los derechos cinematográficos que culminaron en una película protagonizada por Gary Cooper e Ingrid Bergman), pero como contrapartida, le colocó el listón muy alto a Hemingway, que no consiguió superar hasta “El viejo y el mar”.
Esta novela es, por encima de todo, un alegato contra lo absurdo de la guerra, sobre lo ridículo de las posiciones entre los bandos, sobre el caos, la supervivencia, y sobre lo hondas que son las heridas, pero que, a pesar de todo, pueden llegar a cicatrizarse.
Os dejo un enlace sobre un prólogo del libro, realizado por
Juan Villoro, que me gustó mucho.

sábado, 23 de enero de 2010

Un pequeño fragmento de mi último manuscrito: Su nombre empezaba por E.

Hay una escena en la película Master and Commander en la que la tripulación del navío de guerra inglés Surprise, espera sobre la cubierta a que se levante viento e hinche las velas. Más o menos de esa manera me encuentro yo. Así que recordé uno de los consejos del gran Ernest Hemingway que reza:
A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos.

Por eso, si me lo permitís, os pongo un trocito de “Su nombre empezaba por E”, una historia que desde el punto de vista literario, creo, ha supuesto un salto cualitativo en mi escritura. En ella, alterno dos voces distintas: primera y tercera persona, en presente y pasado, con múltiples flashbacks. No puedo negar que me inspiraron -y mucho- dos de mis escritores preferidos: H. Murakami y Stephen King.

Os dejo el fragmento, donde aparece uno de los protagonistas: Jumba Jud, un mercenario congoleño.

Después, caminó un par de manzanas y esperó en una parada de autobús donde había algunos inmigrantes de rostros extenuados. De fondo, como si se tratase del sonido de una feria ambulante, se oían los estertores de las sirenas de ambulancias y bomberos.
Mientras esperaba se acordó del libro que llevaba en la otra mochila. Comenzó a leer “A sangre fría”. Un rato más tarde subió a un autobús que pasaba por los pueblos que circundaban la ciudad, pueblos que malvivían de la agricultura y donde se había producido un incremento notable de la población inmigrante. Jumba había estudiado a conciencia las líneas de autobuses. En aquel autobús rancio, pasó razonablemente desapercibido. Los pasajeros eran en su mayoría norteafricanos que venían de trabajar y volvían a sus casas.
El control de la Guardia Civil no les dio el alto. Los agentes tenían, sin embargo, retenidos a varios coches particulares junto al arcén.
El autobús hizo una parada en el mirador de Cala Marfil. Allí se subió un hombre con la piel curtida que iba vestido de camarero. Jumba le dejó pasar haciéndose a un lado en el pasillo y se apeó por la puerta delantera.
―¿A qué hora pasa el siguiente autobús, jefe? ―preguntó al chófer.
―Hay otro dentro de una hora, pero es el último.
―Gracias.
Nada más poner los zapatos sobre el asfalto sintió la punzada del viento frío que venía del mar. Caminó hasta la barandilla oxidada del mirador y se quedó un buen rato contemplando las olas enfurecidas. Lloviznaba a intervalos.
Conforme bajaba las escaleras de hormigón se notó terriblemente cansado. Las luces de las farolas hicieron un guiño, y durante unos segundos, se encontró solo en medio de la noche que había caído abruptamente. Su reloj de pulsera marcaba las nueve y cuarto. Se había hecho muy tarde para la cita.
‹‹¿Estará aquí?››.
Tosió y reanudó el descenso por las escaleras. Sus rodillas crujieron. ‹‹Antes, nunca crujían››, se dijo cabizbajo. Aquella oscuridad repentina le estremeció, como un mal presentimiento. Era como si arrastrase toda la tristeza acumulada en años.
Cruzó la cala en silencio, dejando atrás la cafetería, ahora cerrada. Sus ojos se habían acostumbrado a la tenue luminosidad de la luna. El vaivén de las olas se imponía sobre el sonido del viento y rebotaba una y otra vez contra las paredes siniestras de las montañas. Ni siquiera era capaz de oír sus pasos restallando contra las losas del paseo marítimo. Cruzó a la otra cala pasando a través del hueco que dejaba una gran piedra negra.
Se quedó absorto barriendo con la mirada la playa salpicada de rocas puntiagudas. No tardó en descubrir los estertores de una fogata, junto a la pared de la montaña. Se descalzó. Dejó los zapatos y la bolsa alejados de la orilla, y avanzó lentamente en dirección al resplandor.
A pesar de su corpulencia, Jumba Jud había aprendido a ser sigiloso.
Permaneció largo tiempo observando a la pareja que yacía dormida, desnuda, y protegida por un abrigo de pieles. El fuego perdió intensidad y se transformó en una pila de brasas humeantes. Jumba cayó de rodillas sobre la arena, sacó la Beretta de 9 mm y apuntó al rostro del chico.
De pronto, éste abrió los ojos. La pistola tembló en el aire.
Un rescoldo de viento hizo que sintiera lo frías que eran sus propias lágrimas.
Se levantó. Volvió tras sus pasos como un fantasma. Un fantasma al que habían despojado de cualquier rastro de felicidad.
Apenas llegó a tiempo para coger el último autobús. El viaje discurrió a través de una maltratada carretera nacional que le condujo a la costa. Durante la hora que duró estuvo despierto, observando impertérrito la oscuridad de la noche y la monótona visión de los campos de secano. Las escasas luces con las que se topaban le devolvían un rostro dolorido reflejado en el cristal. El corazón le ardía.
Se apeó en un pequeño pueblo costero. Caminó por la solitaria avenida donde las bolsas de plástico y los cartones eran zarandeados por remolinos de polvo. Luego, atravesó un callejón estrecho y salió al paseo que discurría junto a la playa. La luna brillaba en el firmamento; las nubes habían desaparecido. Las finas siluetas de las palmeras se torcían al ritmo caprichoso del aire.
Algunos chalets de primera línea de mar tenían las ventanas y puertas trincadas con maderas. Maderas que crujían. Él era, más que nunca, un fantasma que vivía en un mundo solitario. Sin embargo, aunque era invierno, se apreciaba el tintineo de algunas luces hogareñas. La gente de la ciudad que podía permitírselo pasaba las vacaciones en la playa.
Jumba se detuvo frente a una vieja casita de tejas marrones, empotrada en aquella hilera de viviendas. La casita tenía un diminuto porche donde había una manguera para lavarse los pies, unas macetas y una mesa y un par de sillas de plástico quemadas por el sol. Rebuscó en la mochila que guardaba en la bolsa y sacó una llave con la que abrió la puerta de la casa. La había alquilado dos meses antes.
No se molestó en abrir los portillos que clausuraban las ventanas. Dejó las llaves y la bolsa encima de la mesa del salón y fue directo al dormitorio. El mobiliario era vetusto, al igual que la instalación eléctrica. Olía a cerrado y a humedad. Jumba se sentó sobre la cama; los muelles chirriaron. Puso sus enormes manos sobre las rodillas. La ventana del dormitorio era la única que no tenía portillos de madera. Daba directamente a la playa.
Se quedó un buen rato de ese modo, concentrado en el mar. Las aguas se extendían hasta donde alcanzaba la vista como un gran manto negro. La piel se le erizó. Se estremeció por una emoción repentina que le asaltó con fuerza. No fue un déjà vu, fue más bien la seguridad de que aquel momento tenía que pasar. Tenía que ocurrir. Tarde o temprano su vida le conduciría allí, a ese pequeño pueblo costero, en un día de viento donde las ventanas crujían.
Y empezó a llorar, en silencio, otra vez. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas curtidas y ásperas. Lloró y lloró sin consuelo.
De pronto, se había dado cuenta de que el paisaje que tenía ante sí le recordaba aquel pueblecito de México donde una vez fue feliz.


(Por Sergio G. Ros. Todos los derechos reservados)

miércoles, 20 de enero de 2010

Un pequeño cambio


Esta entrada no tendría por qué ser siquiera una entrada, pero quería comunicaros que apartir de ahora he cambiado mi perfil para que aparezca mi nombre real: Sergio G. Ros en vez de mi nick Deusvolt.
Creo que el cambio tiene sentido en cuanto que sirve un poco para darme a conocer, ¿no? De todas formas mantego el nick para los foros, ¡leñe!, ¡es que le he cogido cariño!

Así que ya sabéis: si entre los comentarios de vuestros blogs veís la foto de un chico sin mucho pelo en la mollera, no os asustéis, ¿eh? ¡Ah, bueno! Je,je..

Respecto a mi salida de mi particular bajón, todavía no veo la luz al final del túnel, aunque creo es pronto. De todas formas no puedo quejarme. Hace un ratito, cuando sacaba a mi perra Laika a pasear, me he cruzado con un vecino de mi edificio que recién se quedó en el paro. El hombre llevaba un montón de años trabajando en un matadero, y repartiendo piezas de carne por distintas carnicerías de la comarca. Lo que más me ha impactado de conversar con él ha sido su razonamiento: -¡No puedo entenderlo!, ¡es que yo no trabajo en la construcción!, ¡yo trabajo comerciando con carne!, ¡la crisis ha afectado hasta la carne!
Y, enlazando con otro tema, me parece muy loable la ayuda que se está realizando en Haití, pero como ya apuntan muchas voces: lo importante viene después. Hay que asegurar un futuro digno a los supervivientes. No se trata de darles un bocadillo y un botellín de agua, y largarnos a nuestra casita con el sentimiento de que tenemos la conciencia más limpia que la de un bebé.
Creo que en esta vida hay un puñado de cosas importantes: el amor, la familia, la salud... Pero sin duda, el trabajo, para un ser humano, es uno de esos derechos que lo hace sentirse digno. No es un derecho cualquiera, es un derecho fundamental.
Así que me fastidia mucho, muchísimo, que en los telediarios y las noticias, no se machaque todos los días el tema del paro (en cambio absolutamente siempre se habla de fútbol). Porque no es cuestión de ideologías, es cuestión de que muchísimas personas lo están pasando mal, y con ellas sus familias.
El otro día leí un artículo de un prestigioso economista norteamericano, que decía, con sorna, que muchos colegas suyos no tenían narices a entender lo que pasaba en España: "si en Estados Unidos alcanzamos un 20% de desempleo, tenemos que sacar el ejército a las calles para contener al pueblo".
Así que:
¡Menos cuento señores periodistas!, ¡menos cuento señores políticos!, ¡menos cuentos señores sindicalistas!
Y lanzo una pregunta:

¿Me quiere explicar alguien qué leches tiene que ocurrir en este país para que se haga una huelga por el tema del desempleo, cuando por contra nos manifestamos por casi cualquier cosa?

¡Más voces que reclamen el derecho a trabajar de todo el mundo!
EMPLEO=DIGNIDAD.

domingo, 17 de enero de 2010

A la deriva.


Ahora mismo ando un poco despistado, lo reconozco. Estoy pasando una época de deriva en el plano literario de la que confío salir pronto. La idea para el nuevo manuscrito sigue ahí, sin terminar de ver la luz. Soy partidario de los partos naturales, pero si se pone rebelde habrá que hacer cesárea.
Respecto a las lecturas estoy leyendo a Chèjov y a Raymond Carver, simultáneamente. Llegué a Carver porque en una entrevista H. Murakami consideraba a Carver como uno de sus maestros; lo cierto es que yo he encontrado grandes similitudes entre ambos. Y, casualmente, a Carver se le considera el Chèjov americano.
Por otro lado, estoy tentado de salirme un poco de la vía de clásicos que me marqué. Aunque vosotros mismos ya me comentasteis que debía alternar clásicos con contemporáneos para no perder perspectiva. Mis ojitos se han posado en un tocho que tenía desperdigado entre las baldas de mi despacho: Apocalipsis, de Stephen King. Dicen que es uno de sus mejores libros… umm.. Es una gran tentación. Pero creo que si me lo pide el cuerpo terminaré leyéndolo. ¿Por qué? Pues aunque no tiene relación alguna, el otro día vi un documental sobre alimentación donde se decía que las mujeres embarazadas experimentaban nauseas ante determinados alimentos, como una respuesta de su propio organismo contra los alimentos que podían sentar mal al bebé. Y también lo contrario: antojos sobre cosas que eran necesarias para la criatura.
Creo que mi musa interior está hambrienta de un libro del tito King, y le vendrá bien. Esa es la conclusión a la que he llegado.
Otra conclusión es que necesito hacer deporte. ¿Qué? Pues sí, creo que el ejercicio físico me vendrá bien para relajar tensiones y beneficiará mi escritura. No estoy loco, lo cierto es que muchos grandes escritores (más de los que pensáis) lo pusieron y ponen en práctica.
No quería cerrar esta breve entrada sin daros ánimos a vosotros, sí, a vosotros, amigos. Aunque el texto de hoy suene apático, es un simple bajón pasajero, pero por correos y mensajes que me habéis mandado, sé que muchos lo estáis pasando mal. Parece que este año, los editores y agentes han entornado un poco más la puerta que conduce a la publicación.
Así que os deseo que os recuperéis, que cicatricéis vuestras heridas y sigáis luchando por lo que tanto amáis. ¡¡Un fuerte abrazo!!

viernes, 8 de enero de 2010

Un pequeño fragmento de mi segundo manuscrito: Mâ (El escritor de Kung Fu I)

Bueno, como lleváis un tiempo pidiéndome que ponga fragmentos de mis obras, he decidido colocar en esta entrada un trocito de "Mâ" (El escritor de Kung fu I), una novela que nació con la intención de ser la primera parte de una trilogía, y de la que he hablado en alguna ocasión, pues es la que más tiempo me llevó en escribir (dos años), con una extensión final cercana a las 900 páginas, aunque el manuscrito no está pulido.

Nota: “Mâ” en cantonés es traducido como "caballo". Es lo primero que se entrena en kung fu tradicional, la posición, y cada posición de pies tiene un nombre chino al que se añade el idiograma “ma”, de ahí que las posiciones reciban el nombre de caballos. Mâ, es por tanto, la base de un estilo. El principio de todo.

El escritor de Kung Fu I es un viaje iniciático lleno de belleza y sacrificio en medio del explosivo desarrollo que las artes marciales tuvieron a mediados del siglo XX.
La novela está ambientada en diferentes países: Alemania, Cuba, Japón y Estados Unidos , durante los años de la Posguerra y la Guerra Fría.
Más allá del retrato de la pasión por las artes marciales, es una novela sobre seres humanos cuyas historias se entrelazan y donde lo más importante es la lucha por cambiar sus vidas y alcanzar sus sueños.


Entrados ya algo en situación, os pongo el fragmento, donde aparece unos de los personajes principales del libro: Luciano Wong, un mulato nacido en el barrio chino de la Habana, Cuba, que por circunstancias se encuentra en la Alemania Occidental de la postguerra.

"Cuando terminaba de reflexionar tumbado sobre la hierba, se levantaba y se colocaba en un lugar lo más protegido del viento, entre los árboles. Para serenar su espíritu realizaba los ejercicios de Chi-Kung que le había enseñado el maestro. Su mente se concentraba y su cuerpo caía relajado bajo el embrujo de aquellos movimientos. Durante el tiempo que duraban, Luciano se diluía en aquel lugar y su cuerpo permanecía ajeno a todo.
Frederika Guimard, una viuda de treinta y siete años que trabajaba de mujer de la limpieza para complementar su mísera pensión, se divertía observándolo a escondidas. Ella subía casi a diario al Süellberg, en una especie de tradición que llevaba haciendo muchos años atrás. Solía sentarse a leer, mientras su cabello, una media melena descuidada de color castaño, quedaba a la merced del viento. Frederika era una mujer hermosa, de piel blanca como la leche y pómulos marcados, que le conferían cierta voluptuosidad en el rostro. Había enviudado joven, y como muchas compatriotas suyas recibió la noticia de la muerte de su esposo, acaecida en la batalla de Estalingrado, con bastante retraso.
La imagen de aquel chico se había convertido para ella en un aliciente para subir allí. Lo contemplaba a muchos metros de distancia, mientras él se tumbaba sobre la hierba con una pajita en la boca, con aquellos grandes ojos mirando al vacío. Pero lo que más le llamaba la atención eran los ejercicios que practicaba. Al principio, Frederika había pensado que se trataba de una especie de gimnasia sueca, después de todo, el muchacho parecía fuerte, pero luego comprendió que aquello era distinto. Se movía con delicada lentitud y precisión, y su mente aparentaba desaparecer de la cima de la colina. A veces, ella se sorprendía a sí misma embobada, mirándolo, y después se estremecía al darse cuenta de que su espíritu mismo se había serenado sólo con observarlo. Aquel muchacho tenía un efecto embriagador en su alma.
El día que decidió conocerlo ella leía “Rojo y Negro” de Stendhal. La lectura del escritor francés agudizó su sensibilidad por la belleza. Frederika, con el desgastado libro entre las manos, suspiró al ver a Luciano Wong haciendo sus ejercicios y se dio cuenta de que lo que estaba viendo era muy hermoso. El chico en sí mismo lo era. Sus extraños rasgos, impresos en piel canela, brillaban aquella tarde bañados por el tibio sol del otoño. Las hojas de los árboles bailaban a su alrededor mientras él se agitaba delicadamente, con aquella tranquilidad que exportaba al mundo, como si fuera un perfume. Frederika tembló. Una sensación olvidada recorrió su pecho y de pronto sintió que un enorme vacío se abría en su corazón.
Aquella misma tarde bajó rauda hacia su humilde casita alquilada, situada en la parte baja del pueblo. Abrió la puerta con las manos temblorosas y encendió el calentador. Después, fue al baño, giró el grifo de agua caliente de la bañera y tomó el espejo que había sobre el lavabo para dirigirse con él al patio trasero, donde tenía un diminuto jardín. Observó su rostro con la última luz del día y se sintió desalentada. Vio una frente demasiado grande, unas cejas espesas y un pelo alborotado, ni rizado ni liso, que no terminaba de crecer ni de quedarse en un corte homogéneo. Los trazos de su bella juventud estaban al borde de la extinción; la tristeza de tantos años en soledad había quedado dibujada de forma imprecisa en su cara, difuminándose en la sombra de unas ojeras que se acrecentaban en los días de más trabajo. Entonces, la luz del día se agotó como la de una vela, y la brisa que traía el olor del Elba agitó ligeramente las hojas de la hiedra que cubrían las verjas de la casa.
Se frotó el rostro con jabón durante minutos y se depiló las cejas lo mejor que pudo al exiguo resplandor de la bombilla de la cocina. Luego, rebuscó debajo del colchón de su cama hasta que encontró una pequeña cajita de madera que había guardado como un tesoro. En realidad era un viejo estuche de pinturas. En él, había carmín para los labios y algunos colores de maquillaje, además de unos pendientes. Reconfortada mientras pasaba los dedos por aquellos recuerdos de tiempos mejores, preparó la bañera. Fue al tosco armario que había junto a la cama, y abrió las puertas haciendo caso omiso del crujir de las tablas rancias. Sacó unas bragas y un sujetador nuevos, ambos en color carne, un auténtico lujo para su mísera economía. Pero ni siquiera le importó. Incluso decidió abrir la deslucida caja de caudales que había en el armario para financiar una pequeña visita a casa de Cristina, otra viuda que se ganaba unos extras haciendo de peluquera. Y, en su delirio, se planteó comprarse una blusa y un abrigo nuevos en el mercado negro. Lo haría al día siguiente, pues era su día de descanso.
Luego se desvistió, tirando la ropa al suelo. El vaho empañó el espejo agrietado que había encima de la pila, aún así pudo de contemplar su propio cuerpo desnudo por unos instantes. Sus pechos eran grandes; pero el tiempo los había colocado más bajos de lo que recordaba. Nunca había tenido hijos, aunque estaba dotada de unas anchas caderas, de “hembra” como solía decir su madre. El vello púbico oscuro y rizado se arremolinaba en una espesura que llegaba hasta las ingles.
Frederika metió un pie en la bañera, donde ya flotaba una esponja. Se estremeció al notar el calor intenso del agua, e inmediatamente después sintió una oleada reconfortante que devolvía el color a sus mejillas. Tardó unos segundos en introducir el otro pie. Después, con lentitud, fue saboreando la incorporación masiva a la calidez del líquido, y en cuanto pudo se colocó estirándose casi por completo. Sumergió la cabeza y esperó un poco. Luego asomó sólo la punta de la nariz y cerró los ojos. Pensó en él. Revivió la figura del chico en aquel paisaje bañado de árboles y luz.
Entonces su cuerpo flotó ligeramente. Sin darse cuenta sus pechos asomaron apenas por encima del agua, y sus pezones se irguieron al contacto del aire. Los notó duros hasta casi hacer daño, y se estremeció al comprender que no sólo era por el frío. Una oleada la sacudió entera. Rodeó los grandes pechos con un brazo, dejándose llevar por una lujuria que no había sentido en lustros. Su mano notó el peso de uno de sus senos, la forma generosa y blanda, mientras sus ojos excitaban su mente con la visión de aquellas aureolas, inmensas y rosadas.
Sí, era una hembra hermosa.
Entonces su otra mano buscó entre las piernas. Primero recorriendo los muslos, acariciándolos mientras degustaba la suavidad candente de su propia piel. Como por descuido rozó ligeramente “ahí”, entre el vello que dejaba adivinar algo tras la espesura. Sus labios se abrieron como el capullo de una rosa, sus piernas se separaron y su mano comenzó a moverse cada vez más rápido.
Toda ella vibró pensando en el mulato de ojos rasgados. "

(Por Sergio González Ros. Todos los derechos reservados)

lunes, 4 de enero de 2010

OBJETIVO: ADOLF HITLER, lo nuevo de Patrick Ericson

Patrick Ericson, autor conocido ya por muchos de vosotros, acaba de publicar una nueva novela titulada OBJETIVO: ADOLF HITLER (editorial Stirya). Todavía no está a la venta, aunque posiblemente la podréis encontrar en las grandes librerías y centros comerciales en un par de semanas.
Creo que todos los que habéis tenido la oportunidad de intercambiar unas palabras con Patrick conocéis su calidad humana, y los que lo han leído, saben de su buen hacer como escritor, y lo trepidantes que son las tramas de sus historias. De hecho, su nombre suena ya a nivel internacional entre los grandes del thriller, y sus obras han saltado el "charco", encontrándose, incluso, en Brasil y México.

OBJETIVO: ADOLF HITLER es, en palabras del propio Patrick, "... una ucronía de lo que podría haber ocurrido si Hitler gana la guerra con sus armas secretas, que realme...nte estuvieron a punto de cambiar la historia. Es, por otro lado, una novela de misterio cuyo resultado es imprevisible. "

Para ir abriendo boca, os pongo la sinopsis de la obra:

SINOPSIS:

En diciembre del año 1942, en el momento más álgido de la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler sufre una extraña y desconocida enfermedad. Mientras el Führer se debate entre la vida y la muerte, tiene lugar una reunión de los altos mandos del NSDAP y de las Fuerzas Armadas en los despachos de la Cancillería del Reich, en Berlín. El propósito de los generales y políticos nazis no es otro que frenar el avance de la Werhmacht en terreno soviético con el único fin de buscar otra alternativa estratégica. Alemania necesita tiempo para desarrollar el fabuloso armamento que sus ingenieros y científicos guardan en sus carpetas, proyectos que en su mayor parte habían sido paralizados o ralentizados mucho por el propio Hitler ante la certeza de poder ganar la guerra a corto plazo.

Mientras se inicia la fabricación en serie de los nuevos y modernos prototipos de cazas, así como el de la producción de los fabulosos submarinos del tipo XXI y XXIII, Albert Speer, ministro de Armamento y Producción Bélica, además de primer arquitecto del Tercer Reich, inicia una ardua investigación en torno a la misteriosa afección que aqueja al dictador. Pronto comprenderá que existen diversas razones para apartar a Hitler de su labor, y que son varios los camaradas de Partido que podrían verse beneficiados con su muerte. Y la pregunta que se le plantea a este tecnócrata en estado puro es: ¿Quién planea acabar con la vida del canciller alemán?

La lista de sospechosos es demasiado amplia….

Una novela trepidante, con altas dosis de intriga, que nos muestra cómo las armas secretas de Hitler podrían haber cambiado el curso de la Historia, y que acercará al lector a la intimidad de algunos de los personajes más relevantes de la Segunda Guerra Mundial, políticos y militares que lucharon en ambos bandos en la guerra más terrorífica en la que se ha visto involucrada el ser humano y cuyo desarrollo llega aquí a límites jamás calculados.


Dejo también varios enlaces:

El de la Editorial Styria:

http://www.styria.es/libro.php?idLibro=182

Y un par de foros, donde Patrick es asiduo, y, por tanto, podréis intercambiar con él vuestras opiniones al respecto (no obstante, esta casa queda a vuestra disposición también).

http://locusliterario.com/forum/viewtopic.php?f=83&t=1478

http://www.abretelibro.com/foro/viewtopic.php?f=13&t=40277&start=0

¡Enhorabuena, Patrick! , ¡vaya forma tan buena de empezar el año!

sábado, 2 de enero de 2010

Un pequeño premio


Pues parece que empezamos bien este 2010, desde luego: nuestra amiga naTTs, del excelente blog: Palabras, ladrillos, muros y otras historias , cuyo enlace os pongo a continuación


ha tenido la gentileza de halagarme con el premio Amante Literario, según sus palabras, que cito textualmente: "a Deusvolt, por ese repaso a los clásicos que está llevando a cabo y los resúmenes-comentarios de texto sobre ellos con los que nos premia. Deusvolt, nada mejor que la lectura de los grandes para perfeccionar la escritura. "
Pues muchas gracias, querida naTTs, es un honor, de verdad. Y, al igual que tú, éste es el primer premio que recibe "El alma impresa" y por tanto ¡me hace mucha ilusión!

Además, debo decir que el premio Amante literario, se rige por unas particularísimas normas que os expongo a continuación:

-Mostrar la imagen del premio.
-Agradecerlo a quien lo ha concedido.
-Explicar por qué amas tanto leer.
-Conceder el premio a otros blogs.

Como los dos primeros puntos ya están completados, voy a centrarme en los dos siguientes, y para ello también voy a emular a la amiga naTTs, colocando un breve párrafo de mi último manuscrito "Su nombre empezaba por E", donde se explica la pasión por la lectura:

A menudo, llevo un libro conmigo pues aprovecho los tiempos muertos para leer. La gente me suele mirar extrañada: un adolescente leyendo en el autobús, en la cola del banco, en la sala de espera del médico, en el parque cuando hace un día soleado. Pero si lo piensas bien, la vida tiene muchos tiempos muertos; espacios donde no ocurre nada. Yo los aprovecho para leer: saboreo las páginas y las disfruto, procuro concentrarme mucho, aislándome del bullicio que me rodea, y, al mismo tiempo, soy consciente del sol, de la brisa, del olor. En cierta forma, siento que estoy vivo. Es, para mí, una especie de trance, de inyección de oxígeno, de meditación.

Y para finalizar esta feliz entrada, voy a nombrar los dos blogs a los que concedo el premio, que espero se reparta por toda la Comunidad bloguera que ama la literatura (me gustaría nombraros a todos pero no puede ser, je,je... y además, sé que este premio ha sido dado a muchos blogs famosos).
Los premiados desde "El alma impresa"son para dos amigas que comparten el sueño de la publicación:

Un pasillo encerado, de mi amiga Isis, que se lo merece por su amor por las letras, por ser una lectora constante, y sobre todo, por sus ganas de aprender y mejorar.

Y el otro, para Ocurrió en Febrero, de Maribel, blog que he seguido estos meses, y donde he podido aprender muchas cosas de los entresijos de concursos, jurados, etc... de la literatura en general, y además, por ser una simpática bloguera.
¡Enhorabuena, amigas!, ¡que el 2010 sea nuestro año!