sábado, 1 de mayo de 2010

Recuerda, un relato de Sergio G.Ros


Recuerda
de
Sergio G.Ros

Se levanta con el ánimo sombrío.
Vestida solo con una camiseta de tirantes, se acerca al cristal de la ventana. Ladea la cortina con una mano y se queda mirando la placita de enfrente, presidida por una palmera curvada, con sus hojas verdes colgando, impertérritas, sin que una brizna de viento las acose. De fondo, se escuchan los chillidos de las cotorras que viven en la copa y que comienzan un nuevo día entre los mortales.
La luz del amanecer hace su aparición rompiendo la enredadera de sombras. Suspira; todavía nota el latido desbocado que se originó en los sueños de los que acaba de huir. Durante un instante, el cristal le devuelve parte de su reflejo: los pechos caídos, las caderas ensanchadas, las raíces negras, los ojos cercados de arrugas. La mano tiembla en la tela de la cortina. Desde atrás, ahogando el estruendo de las cotorras, le llegan los ronquidos de Pedro, entrecortados, rotundos. Yace ocupando casi toda la cama; su reflejo no puede ser más desalentador: gordo, flácido, velludo. Otrora fue un hombre apuesto, musculoso, coqueto.
Piensa: el tiempo lo cura todo, hasta las ganas de hacer deporte.
Antes de ir al lavabo ojea de nuevo la plaza.

Durante la mañana, el ánimo no mejora. El jaleo que arman sus compañeras, correteando por los pasillos de la oficina, mascando chicle, aporreando los teclados y gritando para entenderse por teléfono, le recuerda a las cotorras de la palmera. En cierta forma, parte de ella sigue allí, en esa plaza de ladrillos apretados.
Antes de comer, la jefa la llama a su despacho: mala señal. No se equivoca, después de todo siempre fue buena intuyendo cosas. El discurso comienza sin paliativos, con la consiguiente mención a la crisis. Mientras escucha no puede dejar de mirarle las uñas; necesitan una manicura urgente. Recibe la noticia sin pestañear; podría haber sido peor, al menos le dan a elegir: reducción de jornada con pérdida de seiscientos euros (la mitad de su sueldo) o la calle. Contesta que se lo pensará, se levanta y sale del despacho sin despedirse; sabe que en parte ha decepcionado a su jefa, seguro que esperaba otro tipo de reacción: lagrimeos, lloros, pataleos… lucha. El placer subyugante de la humillación. Pero hoy no es día para luchar.

Vuelve a casa caminando, siguiendo el recorrido que seguramente “él” hacía todas aquellas tardes hasta la placita. Pasa junto al mercado de frutas, compra una manzana que parece sacada de una película de dibujos animados y la muerde mientras contempla el paisaje. Algunos hombres la observan, pero ya no levanta la misma expectación que antaño. Ha perdido parte de ese poder magnético, casi animal, que hacía girarse las barbillas y recibir pescozones a los hombres casados.
Cuando alcanza la placita, de la manzana sólo queda el corazón; la tira en una papelera. Quizá todavía pueda salvarse el día: lo bueno de que Pedro esté desempleado es que no tienen que rendir cuentas a nadie; pueden coger el coche e irse al pueblecito en la sierra donde se encerraron un fin de semana, siendo novios, e hicieron el amor sin parar.
Se detiene junto a la palmera, protegiéndose del sol. Mira hacia lo alto, contando los pisos de su edificio para poder calcular qué ventanas corresponden al suyo. Se da cuenta de que, por primera vez, está mirando desde la misma posición desde la que él la observaba todos los días, durante aquel año en el que le hizo aquella promesa de amor.
La ventana de su dormitorio tiene las cortinas abiertas. Sólo dura un instante pero puede ver a una mujer desnuda, de grandes pechos, asomándose al cristal y que cierra las cortinas. Se queda sin aliento; parpadea. Trata de recomponer la imagen en su memoria. Siente que el corazón le oprime la garganta, traga saliva: cree reconocer a la chica. Podría ser la dependienta de la zapatería que hay en el bajo comercial. Sí, se dice, es ella.
Su mano busca el tronco de la palmera. Primero lo roza levemente, luego, descansa parte de su peso apoyando el hombro. Es un tronco rugoso, curtido con capas y capas que han crecido las unas sobre las otras, como viejas cicatrices.
Se asombra de que no pueda llorar. En cambio, siente un enorme vacío que se abre paso en su interior, a corte limpio entre las entrañas.
En algún momento descubre la inscripción en la corteza del tronco: J., 15 de septiembre de 1993.
¿Qué habrá sido de él?
Invadida por la desazón, cruza la calle; un coche tiene que frenar en seco para no atropellarla. Luego se adentra en un callejón pronunciado, de adoquines húmedos, apretando el paso y sin mirar hacia atrás, ni escuchar el claxon que la increpa.
Piensa: no quiero que las cortinas vuelvan a abrirse.
Tarda como cinco minutos en llegar a la estación; compra un billete. Durante el trayecto en autobús permanece abstraída, con la vista clavada en la ventanilla, ajena al discurrir de asfalto, de edificios primero, y campos de cultivo después. Atraviesan un puerto de montaña donde se ven los únicos atisbos de bosque en kilómetros. ¡Qué hermoso sería vivir en una casita, allá, en medio de la naturaleza, con alguien que te ame de verdad!
Se baja en la última parada, una estación que bulle de actividad. Hasta donde alcanza la vista, los bancos parecen ocupados por personas que llevan su equipaje a cuestas como si arrastrasen toda su vida en su interior. El murmullo que levantan resulta una jerigonza de babel imposible de interpretar. A trompicones, por pura intuición, consigue salvar los pasillos repletos, y salir fuera. Hasta el aire le parece distinto. El ruido de los coches la desvela de sus pensamientos; las colas se hacen interminables en los semáforos, los conductores protestan, los peatones tratan de cruzar la calle por dónde se les antoja, algunos niños se escapan de las manos que los retienen, el vendedor de cupones, que se busca la vida entre los vehículos, grita con estridente voz por encima de los cláxones.
Reanuda su marcha a grandes zancadas por la estrecha acera, sorteando a la gente, a sus hijos, a sus perros, a los carritos de la compra. Todo resulta paradójico para una persona que trabaja a jornada completa, de lunes a viernes, encerrada en una oficina. Se le descubre un mundo nuevo, palpitante de vitalidad. Eléctrico.
Cuando lleva varios minutos caminando, siente dolor en los talones y en los dedos de los pies. Por mucho que pasen los años no termina de acostumbrarse a los zapatos de tacón. No es el calzado más adecuado para caminar, pero tampoco lo tenía planeado. Piensa: qué estoy haciendo. Se detiene; duda. Pregunta una dirección a un anciano que espera junto a una marquesina. El anciano le indica el camino con amabilidad, sin dejar de sonreír. Tiene esa clase de sonrisas surcadas de arrugas que inspiran confianza.
Por fin, llega a un parque en cuyo centro hay una fuente de piedra blanca, atestada de palomas. El parque está rodeado de jardines salpicados de rosales, donde un césped recién cortado brilla bajo el cénit solar. Huele a hierba. Los aspersores lanzan finos chorros de agua, y las gotas son arrastradas al capricho de la brisa.
Encuentra un banco libre, a la sombra. El resto de bancos están ocupados por universitarios y hombres y mujeres con traje que almuerzan tomando el fresco. Es un lugar agradable, una especie de oasis en medio de la vorágine semanal.
Alza la vista. Comprueba el número en el portal del edificio que tiene ante sí: es el número que buscaba. Barre con la mirada los balcones de los pisos, uno a uno, hasta posarse en el sexto. No logra saber con exactitud cuál será el suyo. Solo estuvo una vez aquí, hace ya dos décadas. Ni tan siquiera puede saber si seguirá viviendo en el mismo sitio.
Pasa el tiempo, el sol pierde fuerza. Los usuarios de los bancos son reemplazados por otros, desaparecen los hombres y mujeres de traje, también los universitarios, llegan amas de casa y ancianos que se anticipan a la salida de los colegios en busca de los nietos, luego vuelven con los niños a dar cuenta de la merienda y a dar de comer a las palomas. Es como un oleaje de sonidos: silencio, brisa, jolgorio, arrullo de palomas; otra vez silencio, brisa, jolgorio, arrullo de palomas. Ella permanece ajena a todo. Incluso al tono de su teléfono móvil que suena varias veces en el interior del bolso.
Caída ya la tarde siente frío; las farolas se encienden.
Entonces repara en una figura que aparece en el balcón. Observa las volutas de humo que se pierden en el cielo nebuloso. La silueta del hombre ha ganado volumen y ha perdido gracilidad, pero los gestos y la pose siguen siendo los mismos.
Sonríe tratando, a pesar de la distancia, de escudriñar las añoradas facciones que un día fueron suyas.
Minutos después, un niño sale al balcón. El hombre le alborota el cabello, apaga el cigarrillo y vuelven dentro.
Ella se levanta, sacude los pies, y regresa a la estación de autobuses.
Ya no siente frío.
Le reconforta pensar que, una vez, alguien la amó de verdad.


Todos los derechos reservados, © Sergio G.Ros

26 comentarios:

María dijo...

¡Dios mio Sergio!
Buenos días amigo y mi más sincera enhorabuena.
He leido estas lineas del tiron, como dice alguien por ahí, sin pestañear. Es preciosa, me encanta...¡Quiero más!:-)
¿Domde puedo hacerme con ella? Me gusta esa novela ¿Es novela o enciclopedia? Te tengo miedo :-)

Es el reflejo de histiorias de cada día, pero escrita con una maestría perfecta, te engancha...

Chico, menos mal que el boletín es una vez al mes, que si no, anda que sería una ruina.

Me has alegrado la mañana de este domingo casi plano. Esta tarde guardia en mi pueblo hasta mañana.
Feliz domingo y ya sabes...Recuerda.

Dos besicos.

María.

María dijo...

Feliz dia a todas las madres, incluso a Marta, que lo lleva con ella, haciendo que cada día sea más hermoso. Y a mi misma...

Feliz día de la madre.

A ti, que un día viste mis ojos
y te enamoraste para siempre
sin pedir nada a cambio.
Madre, no dejes de llamarme niña
porque no quiero ser mayor.

Gracias y miles de besos, madre.

oriafontan dijo...

Me llama la atención que el relato lo empieces con un verbo reflexivo:

"se levanta"

¿quién? Inés, Ana, Juana... porque en seguida sabemos que se trata de una mujer.

Una mujer se levanta de la cama con pereza y semblante cansado.

Un principio parecido a este es más de mi gusto.

No me gusta que el narrador me diga el estado de ningún personaje.

El lector debe deducir el ánimo del personaje de la propia descripción o de los propios labios del personaje.

Es como el recurso de poner voz off en las películas; demasiado fácil.

Por lo demás muy bonito el relato.

Sergio G.Ros dijo...

Hola María, feliz día de la madre también para ti, deseo que la guardia haya ido bien, y que, por lo menos, hayas podido pasar una jornada entrañable.
El poema es precioso, y tus palabras de cariño más aún.
Un beso muy grande.

Sergio G.Ros dijo...

Humm... Oriafontan, me parece que tus comentarios acerca del relato son muy acertados. Creo que la frase del inicio, tal y como dices, hubiera quedado mejor. También entiendo lo que comentas acerca de desvelar lo sentimientos de los personajes de forma directa; desde luego es para pensarlo.
Tengo que trabajar la humildad porque me queda mucho por aprender, amigo. Pasito a pasito se hace el caminito.
Muchas gracias por tus opiniones.
Un abrazo, Sergio.

Maribel Romero dijo...

Hola, Sergio. Yo ya conocía el relato por la revista Románticas y me gustó mucho, es muy elegante y a la vez muy cercano, y tiene estupendas descripciones. Enhorabuena.
Un abrazo.

Montse. dijo...

Un relato triste, pero como la vida misma,.... real. MUY BUENO.

Lola Mariné dijo...

Un estupendo relato, Sergio. Una historia sencilla a la que le has dado empaque con tu magnifica prosa.
No estoy de acuerdo con el compañero que comenta el inicio; a mi me parece perfecto como está.
Feliz semana.

Anónimo dijo...

Pasé por prosófagos, Sergio, y allí te deje un pequeño comentario sobre el cuento.

Me gusta que nos descubras cositas que tienes escritas, es otra forma de conocerte.

Besos!!

Sergio G.Ros dijo...

Maribel, muchas gracias por tus palabras, y por haber leído el relato en la revista, por cierto, acompañando a uno tuyo magnífico. Un beso muy fuerte.

Montse, te agradezco tu comentario. Un beso también para ti.

Sergio G.Ros dijo...

Gracias, Lola. Como me decía otro compañero de Prosófagos: es muy difícil escribir a gusto de todos. Creo que cada uno tiene su forma de escribir y de leer, y me encanta que me comenten con sinceridad lo que piensan. Por supuesto, tu comentario me alegra muchísimo. ¡Muchas gracias! Un beso para ti y feliz semana también.

naTTs, ya vi tu comentario en Prosófagos, muchas gracias; me alegra que te guste ver cosillas mías escritas. Es un honor y un placer recibir comentarios vuestros.
Un beso.

J.J.Hernández dijo...

Está bien, Sergio, ya sabes lo que pienso de tu manera de escribir, no voy a deshacerme en elogios porque se ha dicho todo XD.
Un abrazo tito.

Blanca Miosi dijo...

Sergio, voy a referirme a la parte emotiva del relato: En ese sentido es magnífico. Has logrado trasmitir emociones, y es lo importante, especialmente cuando no existe una hitoria como tal, sino una semblanza, un recuento de hechos, unos recuerdos, y la acción de una mujer. El resto lo tendremos que imaginarlos lectores.

Un abrazo,
Blanca

Mián Ros dijo...

Hola Sergio,
El relato me ha gustado bastante y, desde luego, lo que has querido transmitir con él te alcanza de verdad, fantástico. Enhorabuena.

Sin embargo, quiero decirte un pequeño apunte (y te hablo con el corazón de novato, pero con corazón): la ventana que nos abres para narrar la historia creo que es demasiado grande, pienso que en alguna ocasión anulas la imaginación del lector, y en otras la distraes con demasiados detalles que se apartan del eje de la historia. No obstante hay momentos con mucha fuerza y esos detalles ensalzan magníficamente el deseo de no parar de leer y te felicito por ello.
Creo que fuiste tú el que puso un consejo del sr. King que decía algo así: "todo lo que no es historia, sobra."
Bueno, me ha gustado mucho leerte.

Ah, pobre mujer ¿no? Es una historia muy real que puede ocurrirnos a cualquiera... toquemos madera.

Un fuerte abrazo, amigo.
Mián Ros

Jesús F. Alonso Asensio dijo...

Hola compañero,
me ha sucedido lo mismo que otras veces que leído algo de lo que escribes, me has cogido de la mano y me he sentado en ese tren con ella, esa mujer sin nombre enfrentada a la realidad que muchas personas viven, ese toque de realidad y de actualidad.
Me dejas, no obstante, con un sentimiento de melancilía, pues pienso que merecía tal vez un final algo más feliz. Pero no es un cuento, es la realidad, como ya he dicho, de muchas personas, y poca probabilidad había de que acabase bien veinte años después, ¿no? Y al fin y al cabo ella se consuela con su último pensamiento.
Me gusta la prosa, muy descriptiva (si bien coincido con MiánRosba, en ocasiones demasiado).
Y a mí también me gusta el principio tal y como está, no me hace falta que me indiquen que es una mujer, lo veo en la frase siguiente. Pero para gustos, colores.
Felicidades, compañero.

Armando Rodera dijo...

Ya había leído tu relato, Sergio, cuando lo publicaron en la revista Romántica. Entonces me gustó mucho y ahora me ha vuelto a emocionar.

Por supuesto que todos debemos seguir aprendiendo y que para gustos están los colores (nunca podremos gustar a todos los lectores, eso está claro), pero yo me quedo con lo primordial, eso que tantas veces te hemos dicho. Lo importante es lo que transmites, ese alma impresa que pones en tus escritos, regalándonos un pedacito tuyo en cada palabra vertida con tanto amor. Sigue así, emocionándonos con tus historias, porque ese es el verdadero camino.

Gracias por compartirlo con nosotros. Un abrazo.

Blas Malo Poyatos dijo...

¡Pum pum! Un relato emocionante, Sergio. Ya sabes lo que tienes que hacer con tu Asunto: corregir, corregir, corregir, y que todo te quede perfecto y emocione, como tus Entradas.

Un abrazo

Unknown dijo...

Sergio te puedo asegurar que la emoción la dominas—lo más difícil en un escritor—; sólo pule la parte técnica y listo.

Vas encaminado al éxito; no lo dudes nunca.

Un cordial abrazo,

Daniel DC

Tessa dijo...

Hola Sergio:
El relato me parece magnifico Conmigo has logrado transmitir emociones, pero cada vez se parece mas a la realidad tu relato.

P.D. PASATE CUANDO PUEDAS POR MI BLOG, TIENE UNA SORPRESA.

BESOS
TESSA

Sergio G.Ros dijo...

Je,je..Gracias, sobrino Ithur. Con lo que has dicho me basta y me sobra. Un abrazo.

Gracias, Blanca. Me alegra que la parte emotiva haya calado. De tu comentario deduzco también que es necesario pulir el texto un poco más, "planchar arrugas" que diría una querida amiga nuestra de Prosófagos, ¿verdad? Un beso grande.

Sergio G.Ros dijo...

MiánRos: ¿novato?, ¡y yo que soy! Amigo, te agradezco sinceramente tu comentario, tu puntualización acerca de los aspectos descriptivos del texto me parece muy acertada, es más, ya me la ha señalado otros compañeros por lo que soy consciente de que hay que pulir más esa parte. Y, estoy totalmente de acuerdo con la frase del maestro King, lo que ocurre es que a uno no siempre le salen las cosas como quiere, ¿verdad?
Muchas gracias por tu sinceridad, amigo. Un abrazo fuerte.

Gracias, Jesús. Me alegra que el relato te haya "llegado", respecto a lo del aspecto descriptivo, ¡es mi cruz! Pero bueno, habrá que trabajar. De momento, sólo soy una aprendiz, así que toca ponerse deberes.
Un abrazo, amigo, y gracias por tu comentario.

Sergio G.Ros dijo...

Jolines, Armando. Vaya comentario tan bonito el tuyo, te lo agradezco sinceramente. Creo que ambos estamos en el camino, y, aunque como aprendices tenemos nuestros fallos, lo importante es no desfallecer. Un abrazo fuerte.

Hola Blas! Pues mi asunto va mal, qué quieres que te diga. Llevo unas semanas hiperactivo, pero con tantas cosas por hacer que no he tenido tiempo de decicarme a lo importante. Demasiados compromisos, demasiadas lecturas... En fin, que toca centrarse de una vez, y seguir ese plan que tú y yo sabemos.
Un fuerte abrazo.

Sergio G.Ros dijo...

Gracias, Daniel. En eso andamos, amigo, tratando de mejorar la parte técnica, pasito a pasito. Te agradezco tu comentario: seguiremos luchando, je,je.. un abrazo.

Tessa, muchas gracias por tu comentario, me alegro que te haya gustado. En cuanto tenga un minuto libre paso por tu blog, me dejas intrigado. Besos!

Zanbar dijo...

Hola, Sergio, gracias por compartir el relato. Como han dicho por ahí, se lee del tirón (tanto que tampoco he captado grandes cosas que echarle en cara para mejorar).

Me ha llamado la atención la fijación por el aspecto físico de los personajes y su deterioro, mezclado con el tema del amor que no fue.

Un saludo, y enhorabuena.

Sergio G.Ros dijo...

Gracias, Zanbar. Sí, es cierto, existe una fijación de los personajes por el deterioro físico, creo que hoy en día, la vejez o la sensación de envejecer son condicionantes mucho más "pesados" que hace unas décadas.. Quizá esté susceptible pero si quieres o puedes lee "LAs partículas elementales" de Houllebecq que desmonta y destrona la Sociedad que nos rodea.
Un abrazo, y muchas gracias por tu comentario.

Zanbar dijo...

Gracias por la recomendación, Sergio, aunque lo de destrozar la sociedad actual se me da bien habitualmente, ¿no crees? jejeje ;-)